martes, 24 de julio de 2012

Las Normas de la Casa de la Sidra






Toda sociedad, todo grupo humano, desde que el mundo es mundo y la memoria alcanza, tienen la buena o mala costumbre de dotarse de normas para su correcto funcionamiento. Las llaman de formas variadas y se acogen a distintas nomenclaturas: leyes, códigos, normativas etc

Y además, como la realidad es la que es y el ser humano es perverso por naturaleza por lo que tiende a incumplir las normas, las leyes o los códigos, hay que tener unos mecanismos para que los infractores, si les cogen, si les pillan, sean recriminados por sus actos, castigados, a fin de que sirva de ejemplo y de efecto disuasorio ante futuros nuevos errores.

Y para ello la sociedad se dota de jueces, policías, inspectores y vigilantes del orden que son los encarados de que se cumplan las normas. 

Y a todo el mundo les parece bien, menos a los ácratas y a la gente de mal vivir que disfrutan más cuando la norma es que no hay normas o cuando su voluntad es la única norma existente.

¿Os imagináis una sociedad en la que fuera potestativo el aceptar o no una norma o un código en función de los caprichos personales de cada ciudadano? Como a mi me gusta correr con el coche, me desapunto del código de la circulación y voy a 200k/h y así nadie me puede sancionar porque paso del Código de la Circulación o mejor, me creo mi propio Código de la Circulación en el que mi norma es la norma (y si no estás de acuerdo, pues ya sabes, ajo y agua, con limón) )

¿Y qué pasa con los médicos? 

Los médicos, de forma tradicional, nos hemos dotado a nosotros mismos de unas normas que regulen nuestras formas de hacer y de ejercer nuestra profesión, no desde el punto de vista científico o instrumental, sino desde el punto de vista humanista y social. Puede que alguno de los lectores no lo sepan. Pero esa norma existe y se llama el Código de Ética y Deontología Médica.

Probablemente sea uno de los documentos más mencionados en nuestra profesión pero menos leído. Todo el mundo apela a él, pero de oídas. En la práctica, no conocemos las normas de circulación de nuestro trabajo.

Y como los médicos somos fiel reflejo de la sociedad en la que vivimos, hay médicos que ejercen la profesión acorde a las normas que nosotros mismos nos hemos dado pero también los hay que se lo pasan por el arco del triunfo, en ocasiones por desconocimiento y en ocasiones con alevosía. Hay que reconocerlo. En nuestra profesión también hay sinvergüenzas y malos profesionales. En el rebaño hay de todo, incluso ovejas negras.

¿Y quién ejerce la potestad disciplinaria en estos casos? Alguno pensará que las Comisiones Deontológicas de los Colegios pero yerra ya que estas no tiene ninguna capacidad sancionadora y son meras Comisiones Asesoras de las Juntas Directivas, las que tras oir su informe pertinente hacen suyo, modifican o rechazan las propuestas o conclusiones de las Comisiones Deontológicas.

Pero es a partir de este punto donde en nuestro colectivo afloran distintas maneras de ver o enfocar el tema.

De entrada hay un numeroso grupo de médicos que defienden sin rubor que no debe haber normas. Que cada uno haga lo que quiera y si la "caga" que se le aplique el código penal o civil según convenga.

Puede que este colectivo lo haga de buena fe y que en su mayoría crean que el médico es en esencia un hombre bueno y que ellos, que también son buenos, nunca se verán envueltos en semejantes circunstancias. Otros tal vez lo propongan por ignorancia de lo que sucede en la realidad . Y puede que otros sean médicos de mal vivir y peor actuar y que lo que quieren es que cuantos menos vigilen mas fácil es ser un mal médico (mal médico por vocación y por devoción).

Otros, la mayoría, creen que la existencia de un Código de Ética y Deontología Médica es bueno para el colectivo y una garantía para la sociedad. Pero entre ellos tampoco hay unanimidad. Los hay que prefieren que este código no lo elaboren los propios médicos y que sea la Administración la que, ejerciendo de juez y parte, elabore las normas y al mismo tiempo quien juzgue si se cumple con lo que de ellas se deriva.

Se sienten más cómodos controlados en los aspectos éticos de su trabajo por sus gerentes, sus directores de personal o sus jefes de servicio que por una Comisión de compañeros, estudiosos de las normas éticas, hombres y mujeres respetados y respetables, que actúan, reflexionan y deciden sin dependencias, sin conflictos de intereses, sin obediencias debidas, guiados sólo por el bien del colectivo de compañeros en su relación con ellos mismos y con la sociedad.

Falta poco para que las tesis de este grupo se imponga entre nosotros. Probablemente no sean estos aspectos de la ética, de la responsabilidad social, de defender el buen hacer del colectivo, los argumentos que se manejen cuando se discute sobre la obligatoriedad de la colegiación. Probablemete nadie ha extrapolado el horizonte que este nuevo escenario nos va a deparar. Espero equivocarme y no tener que avergonzarme de que la profesión de médico tome derivas lejanas de los valores que he enumerado pero no confío en la bondad intrínseca de las personas y si son médicos, menos. Tal vez llevo demasiados años contemplando las miserias de los miserables como para creer que en aras de la libertad y de la libre colegiación se van a encauzar las conductas patéticas por la senda de la ética. 

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